dijous, 3 de desembre del 2009

Prólogo

Hola compañeros, soy Jesús. Os quiero dejar el prólogo de mi última novela para que quien quiera pueda opinar sobre él y decirme qué os parece.

NIGROMANTIA

LA ESFERA CARMESI

PROLOGO

El Tejedor de Historias se sentó, meditabundo, en el camastro. Miró de soslayo a su alrededor, el exiguo espacio de su celda. ¿Cuánto tiempo llevaba encerrado? No lo recordaba. Las horas fluían de manera engañosa y lo que parecían días podían ser semanas. En todo caso, menos de un mes, de eso se sentía relativamente seguro.
No le importaba estar allí, de todas formas. Es cierto que la celda era pequeña, pero su mente abandonaba su cuerpo y visitaba parajes mucho más amplios que los que sus carceleros pudieran siquiera imaginar, sus recuerdos. Poseía la celda una minúscula ventana que permitía observar un reseco terreno, las baldías extensiones que rodeaban aquella prisión atemporal. De todas formas de poco le servía dicha ventana, pues era ciego. No nació con la carencia del don de la vista, pero hacía años que se lo habían arrebatado. Luego se había vengado y había asesinado a quienes le hicieron eso, pero el daño ya estaba hecho. Aunque hubiese podido ver el paraje que rodeaba la prisión tampoco le habría afectado tamaña desolación, pues el conocía lugares peores. Mucho peores.
Por otra parte le bastaba con poder oír y hablar. Oír para conocer los secretos de los reclusos que le rodeaban y también de los vigilantes de la prisión. Hablar para poder manipularles.
Ese era su gran secreto, la voz. Cuando se convirtió en el Tejedor de Historias supo que las historias que relatase serían sus armas más mortíferas, superiores a dagas, puñales o espadas.
La última vez que había usado el poder de las palabras fue la tarde anterior, en la sala de torturas. Cuando se quedó a solas con uno de los guardias esperó pacientemente a que le hubiese atado y preparase el látigo. Entonces comenzó a hablar. Le contó la historia de una mujer infiel que mantenía relaciones con el amigo de su marido a espaldas de él. Habló durante treinta minutos, y durante aquel tiempo el guardia permaneció en silencio, escuchando y con la mirada vidriosa. El preso no recibió ni un solo latigazo, si bien cuando el hombre que debía dárselos aseguró a los vigilantes que venían a buscar al Tejedor que el preso había recibido su justo castigo.
Aquella noche el guardia llegó a su casa y asesinó a su esposa. Acto seguido atravesó la calle y mató a Yazef, un amigo de la infancia. Y por último, cuando volvió al lado de su esposa muerta sacó el sable de la funda y se lo introdujo en la boca, al igual que hacían los fakires en las ferias. Pero él no era uno de ellos y la muerte fue agónica, notando cómo el arma cortaba y sajaba a la vez que era más y más profundamente introducido en su cuerpo, pero incapaz de evitarlo. En su mente solo veía las pupilas blanquecinas del preso.
El Tejedor de Historias supo de la muerte del hombre a la mañana siguiente, cuando dos vigilantes hablaron del tema durante su recorrido por los pasillos. Una siniestra sonrisa apareció en su rostro. Aquel desdichado no volvería a atarle, y que tampoco se lo permitiría a su sucesor.
Ahora se encontraba sentado pues en el catre, pasando distraídamente la mano por la raída túnica que vestía. Estaba sumido en sus pensamientos, tratando de recordar el año exacto en que hizo el infernal trato que le convirtió en lo que era. No lo consiguió, y golpeó con furia la pared. No se acordaba ni siquiera de su nombre anterior. Estaba condenado a ser por siempre el Tejedor de Historias.
Entonces el milagro se produjo. El mensaje le llegó claro y nítido y él alzó las ciegas pupilas hacia la ventana. La Loggia había huido tras sobrevivir a una emboscada, y se había trasladado a una nueva ciudad. Desde allí planeaban la guerra.
El estaría en aquella guerra, eso estaba claro.
Los muros de la prisión temblaron, al igual que el suelo, y alguien gritó asustado por el súbito terremoto. El Tejedor se levantó y caminó hacia la puerta de su celda.
—¡Guardia! —gritó.
Un hombre joven, con el rostro embozado, se acercó con cautela. Le habían prevenido contra aquel preso y en sus pupilas se percibía pavor. El Tejedor de Historias habló, y pasados dos minutos el guardia fue a buscar la llave que abría la celda. Volvió con ella en la mano y la introdujo en la cerradura. Cuando el preso se halló fuera de la celda se giró hacia el guardia y pronunció tres únicas palabras. El guardia comenzó a llorar, y gimió de dolor cuando su mano derecha desenvainó la daga que portaba al costado y se la clavó firmemente en el estómago. Cayó al suelo mientras la sangre fluía y se expandía por el suelo de piedra. El Tejedor se apartó de él y le dio la espalda, no sin antes arrancar la daga del cadáver. Mientras caminaba por el pasillo relató en voz alta una historia que versaba sobre la locura de un hombre. Los vigilantes del pasillo, al escuchar su voz, se acercaron a las celdas y abrieron las puertas. Los reclusos liberados, también enfebrecidos y descerebrados por el embrujo del Tejedor se vieron libres. Comenzaron a pelearse unos con otros o con los guardias y la prisión se convirtió en pocos minutos en un matadero. El prosiguió su camino y nuevas celdas se abrieron y nuevas peleas comenzaron. Los sables de los guardias cortaban a los presos, pero estos se defendían con uñas y dientes.
Mas nadie se acercaba al anciano ciego que seguía relatando su historia, acercándose cada vez más a la salida. Caminó por los pasillos y olfateó el ambiente. Olía a sangre, y si pudiese ver se daría cuenta de que los muros estaban cubiertos del vital líquido, y los cadáveres cada vez eran más numerosos. Le gustaba el modo en que todo se desarrollaba y lamentaba nos poder quedarse a disfrutar de la situación que había desencadenado.
Giró un recodo y sintió la presencia de tres vigilantes en el pasillo, interceptándole el paso. Habría sido muy fácil hacer que se matasen entre ellos, pero también le apetecía hacer un poco de ejercicio. Sin dejar de hablar enarboló la daga y sintió cómo los tres hombres se acercaban. Notaba sus movimientos en las pequeñas fluctuaciones del ambiente y en el sonido de sus pasos. Además de sus poderes y habilidades, claro, que eran suficientes como para que los hombres no fuesen un problema. Esquivo sus embates y con movimientos ágiles y en absoluto propios de la edad que parecía tener les propinó tres certeras puñaladas que acabaron con sus vidas. Pasó entre los cuerpos y prosiguió su camino hacia la puerta de la prisión. Cuando llegó ante ella la halló abierta. Sin duda los guardias que no habían llegado a escuchar su relato no habían sido subyugados por el embrujo y viendo el pandemonio que se había creado a su alrededor habían preferido huir.
Salió al exterior e inspiró el aire nocturno. Una sutil fragancia de jazmín le llegó, y rememoró tiempos pasados, una mujer con el pelo sembrado de esa flor. ¿Cómo se había llamado? No le importaba. Sentía pena, pero era libre y dentro de poco su sirviente finalizaría el ritual de invocación
El podría entonces abandonar aquel mundo en el que había sido recluido. Ocuparía su lugar entre los miembros de la Loggia y ayudaría a que la guerra estallase, podría vengarse así de aquellos que le encerraron allí.
Por fin el trabajo de décadas se vería realizado. Ya le parecía poder sentir temblar y ver sufrir a los habitantes del lugar al que estaba a punto de llegar.

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