dilluns, 16 de novembre del 2009

Còpia del natural

Salgo de trabajar, de ese gris edificio que consume tantas horas de mi vida, y atravieso la calle hasta la hilera de coches que están aparcados al frente. Nadie en el polígono, la mayoría de la gente se ha ido a horas menos intempestivas. Un gato naranja y blanco deja de rebuscar en unos cubos de basura y me mira fijamente, atento a mis movimientos. Una corriente de aire me estremece, comienza a hacer frío, aunque es lo normal para esta época del año.
Busco la llave de mi Opel blanco y monto en él, cerrando la puerta a continuación y suspirando de alivio. Treinta minutos y estaré en casa, me digo mientras arranco el motor, enciendo las luces y sintonizo la emisora de la radio que todas las noches a esta hora me acompaña.
Salgo del pueblo y me incorporo a la carretera nacional, prácticamente vacía a estas horas y sin embargo tan llena normalmente. Un signo más de que mis horarios no son normales. La locutora de la radio habla con voz cálida y sugerente, y una vez más fantaseo con su imagen. Me la imagino joven, rubia y delgada, aunque no sé muy bien por qué.
Hago el camino de retorno casi por inercia, ahora abandono la carretera nacional y tomo la comarcal, ahora paso un par de rotondas de un polígono, ahora dejo a la derecha la gasolinera, ya cerrada a estas horas.
—¡Eh, Jesús! —la voz de la locutora hace que mire hacia el altavoz—. ¡No te confíes, cuando gires la curva hay un perro en la calzada!
«Es imposible», me digo, pero aun así reduzco la velocidad y en efecto ahí se encuentra, grande y de pelaje oscuro, atravesando despreocupadamente el pavimento. Se asusta al ver los faros, y ladra, para a continuación salir corriendo.
—Muy bien, compañero, a ver si tienes más cuidado —Tras advertirme prosigue su programa y poco después apago la radio.
No sé qué si lo que acabo de vivir es una experiencia paranormal, pero estoy asustado. Tras la última rotonda me incorporo a la AP-7 y solo entonces mi respiración comienza a tranquilizarse, una vez observo los de familiares carteles que indican las sucesivas salidas. De nuevo tomo una carretera comarcal, la que lleva hasta mi pueblo, y la radio se pone en marcha ella sola.
—¿Por qué me has apagado? —Su voz suena dolida—. ¿Te ayudo y así me lo pagas?
—Esto es imposible, debe ser un sueño.
—No, querido, en todo caso una pesadilla. —Noto sus brazos sobre mis hombros y pego un volantazo, saliéndome de la carretera y llevándome por delante el cartel que indica que me quedaban seis kilómetros para llegar a mi casa.
Despierto en mi cama. Sí que era una pesadilla, después de todo. Y lo mejor de todo es que hoy es sábado. Nada de coger el coche, no hay que trabajar. Y nada de radio, por favor, me pienso pasar el día viendo la tele.

Jesús F. Alonso

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